“Y llegaron a un lugar llamado
Getsemaní y dice a sus discípulos: Sentaos aquí mientras voy a orar. Y tomando
a Pedro, Santiago y Juan consigo comenzó a sentir terror y angustia y les dice:
Triste está mi alma hasta la muerte, permaneced aquí y vigilad. Y adelantándose
un poco cayó en tierra y oraba que si era posible pasara de él la hora. Y
decía: Abba, Padre, todo te es posible, aleja la copa de mí. Pero no sea lo que
yo quiero sino lo que quieres tú. Y viene y los encuentra dormidos y dice a
Pedro: Simón ¿duermes? ¿No tuviste fuerza para vigilar una hora? Vigilad y orad
para no entrar en tentación. El espíritu está pronto, pero la carne es débil. Y
de nuevo viniendo los encontró dormidos, porque estaban sus ojos pesados y no
sabían qué responderle. Y llega por tercera vez y les dice: Dormid finalmente y
descansad. Basta. Llegó la hora, he aquí que es entregado el Hijo de lo Humano
en las manos de los pecadores. Levantaos, vamos. He aquí que el que va a
entregarme se acerca”
Imagínate el
ambiente de la escena, era de noche, la luna llena o casi llena. Se distinguen
las formas de los olivos, de los doce, pero todo está en penumbra. Jesús como
otras veces escoge a Pedro, Santiago y Juan par que lo acompañen más de cerca,
no porque sean los mejores, sino porque son a los que más les cuesta entender,
y necesitan estar cerca del Maestro, a ver si así se enteran de algo.
Jesús les
comunica sus sentimientos: está tremendamente triste. El texto dice también que
Jesús comenzó a sentir terror y angustia.
Vemos un
Jesús humano que no desea su muerte y está aterrado porque sabe que se enfrenta
a una muerte violenta, no puede saber cómo va a morir, pero lo puede intuir.
Estaba cansado desde su infancia de ver a los crucificados por el poder de
Roma, sabe también el suplicio, la tortura que supone una muerte así. Ha visto
también morir apedreados a los que el Sanedrín condenaba a muerte.
No podemos
pensar que Dios Padre fuera tan cruel que pudiera desear la muerte de su Hijo
Amado, de su predilecto. Pero la manera como Jesús ha vivido, ha enseñado, lo
aboca a este final terrible, y Jesús no puede renunciar a lo qué él es por
evitar su muerte violenta. Debe permanecer fiel hasta el final a la misión que
el Padre le ha encomendado.
Después de
haber orado a su Padre del cielo se acerca a encontrarse con sus discípulos y
los encuentra dormidos. Tal vez Jesús buscaba un apoyo humano en estos momentos
tan trágicos de su vida, pero por desgracia sus discípulos duermen. Jesús no
muestra desprecio hacia ellos, sus palabras no son de reproche, más bien son de
desamparo, como de alguien necesitado: ¿Simón, duermes? ¿No has podido velar una
hora?
“Velad y orad para no caer en tentación,
el espíritu está pronto pero la carne es débil” Estas palabras nacen de la experiencia
que Jesús acaba de vivir, él lo acaba de experimentar, desea ser fiel al Padre,
pero se siente débil, por eso se le hace necesaria la oración, es decir, la relación
personal con el Padre para que éste le sustente a la hora de la prueba.
La entrega de
Jesús es libre.
Inma Fabregat
El abandono al Señor nos hace fuertes para hacer su voluntad que nos libera del yugo de este mundo, llenándonos el corazón de perdón y amor con la garantía de la felicidad.
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